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7 de marzo de 2011

La historia del magistrado Cabrerita que ahora hace maromas ante la CIDHH para defender lo indefendible.

Patricia Poleo
En la historia que algún habrá que escribir sobre la forma en que el Poder Judicial en Venezuela pasó a ser una herramienta de Hugo Chávez, el nombre de Jesús Eduardo Cabrera será protagónico.

“Cabrerita”, como lo llaman sus colegas, llegó al Tribunal Supremo de Justicia precedido de fama de talentoso por un lado, y algo fiestero por el otro. No contaba con experiencia alguna para el cargo de Magistrado, pero eran los tiempos revueltos de la Constituyente que aprovechó con astucia Luis Miquilena para colar a sus abogados en la cúpula del Poder Judicial venezolano, entre ellos a este afable abogado rollizo.

Ya encumbrado Cabrerita, junto a sus vivarachos compañeros de bufete, primeramente se dedicó a tejer una madeja de sentencias en la Sala Constitucional que le aseguraran el puesto contra todo intento de revisión de credenciales o de proceso alguno para una selección científica. Su primera “criatura” fue la famosa sentencia vinculante, es decir, de obligatorio acatamiento, según la cual quienes ya hubiesen sido nombrados magistrados por aquel famoso “congresillo” y hubiesen ejercido la docencia como profesores, no tenían que someterse a examen posterior alguno para seguir en el cargo. Por supuesto que en esa categoría estaban él y su grupito, y por eso se endilgó a aquel fallo el remoquete de “Pret-a-porter” o “traje a la medida”. Así evadieron el único intento de selección limpia que se ha hecho en Venezuela a través de una “Mesa de Diálogo” integrada por 21 personas de criterio profesional y designada por la Constituyente, para depurar el plantel de quienes ejercían la judicatura. Cabrerita, Iván Rincón, y los demás se auto seleccionaron para quedarse en aquellos puestos que con carácter provisional se les había confiado.

De allí en adelante todo fue coser y cantar. Cabrerita se erigió en el talento jurídico de la Revolución produciendo sentencias a granel que legitimaban cada abuso, cada exceso del Gobierno. Se erigió en una versión chavista del Karl Schmidt hitleriano dándole piso jurídico al Régimen en todas sus tropelías. Cada vez que Chávez requería barnizar de legalidad algún abuso le mandaba la orden que era cumplida con la velocidad solicitada.

Entre las creativas sentencias de Cabrerita reluce en estos momentos aquella que esquivó el cumplimiento de las sentencias de la Corte Interamericana de los Derechos Humanos en desprecio a la letra de nuestra Constitución. Cabrerita sentenció que primero tendrían esos fallos que pasar por el examen de constitucionalidad interno, tesis en la que ahora lo ha superado la otra docta jurista Luisa Estela Morales quien ha agregado que esa Corte Interamericana no puede ordenar nada que contravenga el derecho interno, como eso de estar mandando a reenganchar jueces que ella destituya aún sin causa.

Pero al final, Cabrerita está terminando como aquellos boxeadores que deslumbraron con sus habilidades y acaban tirados en los pisos de bares de mala muerte hediondos a cerveza y a cenizas de cigarrillos, pues

Cabrerita se jubiló y ahora “mata tigritos” para el gobierno. Lo acabamos de ver en la CIDH, en el juicio donde se ventila la inhabilitación dictada por el Contralor Russián contra Leopoldo López.

Varias preguntas le hicieron los magistrados de la CIDH a Cabrerita que encabezaba la delegación roja:

1.- ¿Acatará Venezuela las sentencias de esta Corte? Respuesta: “Depende, los magistrados aquí se pueden volver locos y dictar una pena de muerte”.

2.- ¿Como es posible que se inhabilitara a López sin mediar sentencia condenatoria de ningún tribunal, sin proceso, sin derecho a la defensa?

A los que Cabrerita contestó que esa sanción era parcial, que solo impedía la administración de recursos públicos, pero que por ejemplo permitía candidatearse a parlamentario. Ante aquella maroma los magistrados aguantaron reírse porque la solemnidad del acto se lo impedía. Pero en Caracas, Clodosvaldo Russián, el padre de la criatura inhabilitadora, se enfureció contra Cabrerita ripostándole que eso era un exabrupto ya que los diputados hacían las leyes para la administración de recursos.

Ex alumnos, colegas, amigos y hasta víctimas de Cabrerita, comentan que el otrora poderoso Magistrado, quedó para ser burlado en las Cortes internacionales y para polemizar su ingenio con Clodosbaldo Russián.

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